El bullying es un término que no sólo se usa en Psicología, sino que se ha introducido en el vocabulario de la sociedad y, cuando alguien hace alusión a este término, rápidamente podemos entender de qué se trata. La situación del bullying no es nueva, sino que pese a que lleva existiendo mucho tiempo, se prevé que seguirá presente. Añadido a esto, el problema emergente es que, aunque este concepto no es nuevo, abarca nuevas dimensiones. En una sociedad que se define por “haber alcanzado cierto bienestar”, el abuso hacia el otro se expande en las aulas y en edades cada vez más tempranas.
En este escenario, se dan 3 partes que configuran la triada del bullying: los agresores (o bullies), las víctimas y las personas que son espectadoras.
La persona que agrede necesita ejercer control sobre la otra persona y, lo que se ha visto en distintas investigaciones psicológicas, es que las dos emociones predominantes de los agresores en estas situaciones son:
1) Sentirse bien: al ejercer poder sobre otra persona. Los propios problemas intrapersonales (de la propia persona) que no saben gestionar, se proyectan en el otro y, esta descarga de su ira o malestar, les hace sentir bien. Esto es algo, evidentemente, muy problemático de cara al desarrollo de la persona en su recorrido vital y bienestar psicológico.
2) Sentirse enfadado (en estos casos atribuyen su ira a que la víctima “les provoca”). Estas investigaciones se relacionan con otras que señalan que, al presentar distintas tareas a los agresores/as, suelen sentir ira o enfado en la mayor parte de las situaciones planteadas (a diferencia de aquellas personas que no emiten estos comportamientos).
Por otro lado, lo que señalan los estudios psicológicos es que las víctimas experimentan mayores sentimientos de tristeza y ansiedad y, en algunos casos, enfado.
En ambas partes se encuentran dificultades psicológicas para atribuir emociones a los demás, es decir, para identificar lo que el otro está sintiendo o comunicando emocionalmente.
La tercera parte hace referencia a aquellas personas que se clasifican como espectadoras del fenómeno. Según su comportamiento, pueden configurar una variable de protección o, por el contrario, de riesgo. Dentro de los espectadores, se asumen distintos roles que han de ser tenidos en cuenta, ya que pueden ser decisivos.
Los distintos roles se relacionan con
a) ser partidarios del agresor,
b) empatizar con la víctima y
c) mostrarse indiferente al conflicto.
Las variables a) y c) son factores de riesgo, mientras que la b) podría ser un factor protector en el caso de que estas personas se movilizaran para proteger a la víctima. Los estudios psicológicos señalan distintas variables que intervienen en que los espectadores no actúen, entre ellas se encuentran:
a) La necesidad de pertenencia a un grupo: el poder ser excluidos o la posibilidad de desafiar los roles establecidos hacen que niñ@s y adolescentes se inclinen por no actuar y optan por “mirar hacia otro lado”.