Apenas queda tristeza ya, sin embargo en ocasiones su sombra sobrevuela mi vida, pero la sombrade la tristeza es la melancolía y pasa sobre mí de manera muy breve, como una fría caricia.
Ya no me siento capaz de llorar y aún menos por alguien que ya no existe, una persona que se ha diluido en la vanidad, la irresponsabilidad y la negligencia emocional. Sigo amando el recuerdo delo que un día fue, de lo que una vez significó para mí. Pero ahora soy consciente de que esos días expiraron hace ya demasiado tiempo y el paso del mismo ha convertido las lágrimas de mis ojos en molesta herrumbre.
Aquellas lágrimas no me hacían justicia, ahora mismo solo enturbiarían mi mirada y necesito ver con la mayor claridad posible el camino que me queda por delante, el resto de mi vida.
No obstante, soy consciente de que la tristeza y el consecuente llanto han cumplido su cometido.La tristeza, en su humedad, es líquida y reparadora. Te limpia con el flujo salino de las lágrimas, que desinfecta las heridas infligidas. Pero si no tienes cuidado tiene también el poder de atraparte en su triste abrazo e inmovilizarte. Sería fácil acomodarse a ello, alimentándote de melancolía, autocompasión, soledad y estériles recuerdos. Pero nada es eterno. NADA.
Poco a poco percibes que la tristeza comienza a desaparecer y como consecuencia de su humedad comienza a crecer toda una suerte de vegetación a tu alrededor. Cuando tomas consciencia, observas que toda esa vegetación ha entretejido un complejo bosque de emociones, todas ellas denostadas por la mayoría de las personas. Es la germinación del enfado, el despecho, el resentimiento y la ira, los cuales dan corporeidad al odio.
Comienzas a alimentarte de esas emociones, te inflamas y tu temperatura comienza a subir, hasta el punto que de tu ser emana tanto calor que el bosque que te rodea comienza a marchitarse. Todo se seca tan rápidamente y las consecución de emociones ha sido tan vertiginosa, que en un breve lapso de tiempo pasas de estar en un estéril pantano, a encontrarte en un violento vergel y de éste a un seco erial.
El escenario parece desolador, pero si haces acopio de la inteligencia suficiente, te das cuenta de que ese secarral, con toda esa madera seca, es el entorno perfecto para que todo prenda. El fuego posee mala fama, pero purifica y cauteriza. Sus llamas son una fuente sublime de energía salvaje y primigenia siempre que seas cuidadoso, lo controles y sepas utilizarlo en beneficio propio, pues sino lo eres, corres el riesgo de que las llamas te consuman a tí también.
El odio ha tomado la forma de madera seca, el dolor es yesca, el resentimiento gasolina y la ira… La ira es la llama adecuada para que todo arda.
Prefiero mirar al odio a los ojos y abrazarle por voluntad propia a que me abrace la tristeza por la espalda, ya que cuando lo segundo ocurre, el húmedo y frío manto de la melancolía te cubre por completo y apenas puedes moverte, el paroxismo te atrapa, la apatía te abraza y la abulia te besa.Sin embargo el calor que del odio desprende, y la adrenalina que de la ira emana te despiertan, te contagian de la fuerza y el ardor necesarios para seguir hacia delante, con paso firme, con calor de nuevo en tu vacío pecho.
No hay que temer al fuego. Sed conscientes de que al igual que de él nace el odio, de él también nace el amor y creo que éste último, es el motor del mundo.
Cuando la calma llegue a mis días, sé que el producto de este incendio acabará convertido en reconfortantes brasas que descansarán plácidamente sobre un pebetero, el cual cuidaré con celo para que su llama no se extinga, porque la trémula luz que proyecte hará que nunca olvide el pasado y mis procesos. Con el discurrir del tiempo seré capaz de perdonar, ya que no estoy hecho para odiar
eternamente, pero jamás debo caer en la tentación de olvidar.
Si descuidas esa pequeña llama olvidarás, y si olvidas quedarás condenado a caer en los mismos errores una y otra vez durante el resto de tus días. Y volverás a dejarte engañar, a dejarte traicionar hasta que de tí no queden más que translúcidos recuerdos y amargas cenizas.
Porque aunque nos cueste aceptarlo, aunque nos opongamos a ello con avaricia, ha de retornar al fuego lo que es del fuego.