En 1950, tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), muchos niños y niñas eran encontrados por las calles en situaciones críticas. Además de que estos menores no tenían un padre o madre que pudiese cubrir sus necesidades, tanto físicas como emocionales, las secuelas de haber nacido en una guerra (o al finalizar esta) eran sumadas a esta crítica situación. Años más tarde, se registraron algunas secuelas en estos menores, entre las que se encontraban distintos cuadros clínicos, problemas en el desarrollo o el requerimiento de necesidades educativas especiales, entre muchas otras.
El cuidado de los bebés o menores para que puedan sobrevivir, no se encuentra sólo en el cuidado físico, sino que también es necesario que los bebés dispongan del cariño y afecto de al menos, uno de sus cuidadores (normalmente la madre y/o el padre), de forma regular, siendo esta una de las necesidades más importantes para vivir y desarrollarse.
Así, relacionado con la teoría del apego (algo que ya se detalló con anterioridad en otro artículo), y con los efectos de su privación (escrita por el psicólogo Bowlby), el psicólogo Harlow realizó un experimento con una gran relevancia en el campo de la Psicología y Psiquiatría, llamado Experimento de Harlow con monos Rhesus.
(Este experimento, y relacionados, hoy en día no serían aprobados por la crueldad y los daños generados en los animales).
En este, las crías, al separarlas de sus madres, se apegaban a una tela de felpa que encontraban en la jaula. Al quitarles esta tela, la cría protestaba con gran intensidad y malestar, (reflejando una importante relación estrecha con esa tela), calmándose tan solo al devolvérsela. Este suceso llamó la atención de Harlow, el cual diseñó una situación en la que se incorporaban a la jaula 2 tipos de “madres” para la cría del mono:
• Una con un mono de alambre que no proporcionaba afecto, tan solo podía dispensar comida a través de un biberón.
• Otra que se encontraba recubierta por la tela de felpa, la cual parecía tener una función emocional en las crías.
Se observó cómo estas se dirigían a la primera mona ficticia para tomar el alimento y, tras esto, se encontraban durante 17 horas subidas a la mona de felpa. Además, se comprobó que al introducirse un elemento que asustaba a la cría, esta corría para subirse a la mona de felpa, con el fin de obtener seguridad y protección y, desde aquí, el mono podía defenderse del intruso.
Este, junto con otras investigaciones, fueron los primeros indicios que registraron que el cuidado emocional podía superponerse al físico y cómo, sin un soporte y cuidado afectivo, las crías podían, incluso, morirse.
Añadido a lo anterior, se observaron daños permanentes y difíciles de eliminar durante la adultez, señalando el apego como el vínculo realmente importante y no tan solo el alimento.