Causas y azares

Esto que os dejamos a continuación, es un precioso regalo que nos hizo una de nuestras pacientes para que publicásemos en esta nueva “aventura” de los blogs. Estas cosas nos recuerdan lo bonito que es nuestro trabajo, gracias.

«Como suelen decir los actores famosos que se han vuelto multimillonarios por el más puro azar de la vida, yo llegué a la consulta del psicólogo “por casualidad” (siempre he querido usar esta frase).  No recuerdo el día exacto en el que busqué el gabinete psicológico más cercano a la puerta de mi casa, pero sí recuerdo por qué: una mañana, subiendo la calle que me llevaba desde el coche hasta mi lugar de trabajo, me quedé parada y, simplemente, ya no podía caminar.

Estaba de pie, delante de una hamburguesería, y tenía tal indecisión sobre qué hacer en todos las aspectos de mi vida, que mi cerebro, mi sistema nervioso en general y mis piernas en particular, se negaban a dar un solo paso más. No sabía si gritar, patalear, tirarme al suelo o seguir actuando como una máquina a la que nada le afecta, así que llamé a una amiga y compañera de trabajo y le dije: “Ven a por mí, no puedo andar”. 

Ella, sin preguntarme nada, bajó la calle y vino a buscarme, como una madre cuando su hijo se ha caído de boca en el colegio. Entonces, empecé a llorar. Fue el primer día de los quince que me pasé llorando sin parar, de baja, en casa y con un ataque de ansiedad tan largo como esta pandemia, para que entendáis la temporalidad de mi angustia. Así que pedí ayuda, busqué un psicólogo (psicóloga en este caso) y le dije a mi novio (al que tenía que dejar) que iba a empezar una terapia, a modo de advertencia, aunque no sé si el mensaje iba para él o para mí misma. 

Antes de entrar en la consulta, me metí en el portal que más próximo a la clínica, me agarré a mi propio abrigo y respiré. Cuando la vi, una chica joven con mucho talento y un despacho propio a quién, desde luego, le había ido mucho mejor que a mí, no sabía que se iba a convertir en una gran amiga que jamás me iba a decir lo que tengo que hacer, porque soy Aries y eso me molesta muchísimo. 

Ella no me salvó. No. Ella me ayudó a que yo me salvara por mis propios medios. Me ayudó a parar, a escucharme, a decidir, a entender todo lo que había pasado en tanto y tan poco tiempo y que no había sabido procesar, porque nadie nace sabiéndolo todo, excepto Bill Gates. Pero, sobre todo, me ayudó a decir con una firmeza arrolladora algo que se me había olvidado pronunciar: la palabra NO

Y, desde que me niego a hacer lo que se supone que debo hacer y, de nuevo, hago lo que a mí me da la real gana, sea lo que sea, con o sin la aprobación de los demás, no sólo he podido volver a andar y correr y sobrepasar la acera de esa hamburguesería, sino que, ahora, piso con mucha más fuerza de la que ya tenía. 

Gracias por eso. 

Te debo un café. «

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